La primera y última verdad
Cuando se comprende que la muerte no es un hecho, solamente un quedarse en el tiempo sin el tiempo, en el lugar sin el lugar, todo se presencia sereno y quieto, una quietud agradable pero abismal, un abismo detenido pero poderoso. Como una cascada sublime o un eco del no-ser, siendo en su distancia una llegada y en su meta un laberinto de verdades.
La última verdad es la primera. Es un salir del sueño hacia otro sueño más consciente, donde el soñador sabe que sueña y lo soñado se hace sombra de otro sueño que soñamos verdadero.
Más allá de lo pasajero hay un inmortal susurro en que se siente el sentido de todo lo que hacemos, porque comprendemos que todo ya está hecho y que sólo rememoramos, en un fluir de amor existencial, el milagro de haber sido.
La muerte, para el místico, es un comienzo, un salir del cuerpo para entrar en el alma de su Amada. Y todo amor verdadero es eterno porque siempre, en cada instante, hay un comienzo. Todo es un comenzar de gratitud plena al interiorizar la comprensión de esa unión milagrosa con lo eterno. Y de este modo el místico puede aceptar la muerte, porque sabe que sin ella no habría comienzo.
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