El yo libre de identificaciones
A menudo el “yo” vive en una continua percepción ilusoria de sí mismo. Allí donde hay identificación, hay ilusión. El mundo de los sentidos, de la memoria, del cuerpo que hace y deshace, fija una biografía no real de lo que somos y de lo que no somos. La limitación está presente en toda identificación. Ese principio del ego que en sánscrito se denomina “ahamkara”, literalmente significa “yo hago”. El “yo” toma la conciencia de hacedor de su obra vital, de su biografía. Todo ello puede producir cierta ansiedad, presión existencial, al pretender que cada acto nuestro nos refleje tal y como queremos que sea. “Nada hago por mí mismo”, leemos en la Bhagavad Gita. “Éste es el mundo de los sentidos que juegan con los sentidos”. Maya, el velo de la verdad, la gran ilusión, siembra una sombra entre la realidad y quien la contempla. Para el sabio no hay separación. Lo visto, me guste o no, es lo que soy. Cualquier pensamiento, cualquier sabor, sentido, percepción, opinión, forma, surge de mí (me revela) y al tiempo nada tiene que ver conmigo, porque no hay identificación.
Sabio es quien ha comprendido. Quien observa el mundo sin dualidad ni juicio constante. Todo es obra y reflejo del Uno. Todo está destinado a ser espacio del contemplar ecuánime y no apegado, porque de esta manera la creación es libre y continuamente transformadora, se expande y renace, se inventa y reinventa, sueña y despierta, ordena y reconoce su orden con toda la existencia. El Ser se encuentra a cada paso, no con su ego, a quien no necesita para existir, sino con su totalidad continua, que vuela como el viento, siempre siendo viento pero sin origen ni destino en que quedarse. El Ser se encuentra siempre en aquello que nunca puede sujetarse, pero sí penetrarse mediante el bello atisbo de su infinitud creativa. Finalmente nos queda una hermosa y plena afirmación: "Yo soy". Todo atributo será solamente algo circunstancial, pero no esencial.
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