La felicidad es libertad
Toda persona quiere liberarse del sufrimiento, lo que también se llama alcanzar la felicidad. En el deseo la visión de esa verdad se turbia con la ilusión de un futurible que atisbamos como aquello que nos aliviaría de esa carencia vital que parece poseer nuestro presente y nos proyecta hacia una especie de paraíso perdido que nos completase. Sin embargo, todo lo que anhelamos puede obtenerse en el presente, cuando, aunque parezca paradójico, dejamos de anhelar. Pero, no hay nada más lógico que eso. Porque el anhelo más puro del ser es aquel que no tiene proyección alguna en tiempo y espacio. Su anhelo es su ser y su ser está consigo, siempre presente, acompañándole.
Desear es olvidarse a uno mismo. Amar es recordarse, hallar al ser en sincronía con el mundo. Desear y amar son, ineludiblemente, antagónicos. Epicuro dijo: “Si quieres hacer feliz a alguien, no incrementes sus riquezas, reduce sus deseos”. Ese es el gran principio de la sabiduría. El único motor que puede incrementar la dicha a través de su virtuoso desprendimiento. Como afirmara el Maestro Eckart: “Quien quiera ser sereno y puro sólo necesita una cosa: desprendimiento”. Esta doctrina choca de frente con los ideales materialistas que reinan nuestra sociedad. Resulta difícil de comprender porque se expresa en una lengua distinta a la que nuestra civilización contemporánea gusta de hablar. Si lo pensamos bien, cualquier acto humano desea proyectarse, y en su afán, pugna con la realidad neutra que nada necesita para su continuidad salvo la naturaleza que la salvaguarda e impregna de evolución. Una frase de Krishnamurti puede tocar la fibra sensible del ego occidental: “La libertad es el cese absoluto de llegar a ser algo”. Estas palabras son capaces de romper muchos esquemas pero también, en consecuencia, y ese es su sentido, envolvernos en la calma sencilla de la verdad que revela. Siendo lo que somos, en este momento, serenos en el presente que nos manifiesta, la libertad es todo cuanto vemos. En la mirada interior de esta verdad se halla la respuesta. En el amor consecuente de esta deducción, aquel que lo da todo sabiendo que no necesita nada para que su ofrenda le llene de gozo. Eso es la felicidad, reconocer en este momento, la inmensa maravilla de lo que somos.
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