La conciencia libre eventualmente asume ciertos desafíos. Me refiero al conocimiento de lo nuevo, al momento en que todas las concepciones anteriores, esas verdades asentadas pasan a trasformarse, enriquecerse, integrarse con otras ideas que se instalan en la visión interior de las cosas. Aceptar lo que consideramos nos conviene, en beneficio nuestro y como herramienta para trabajar en el beneficio de los demás, es una virtud del criterio que también suele llamarse apertura, sabiduría o discernimiento. Comienza diciendo Aristóteles en su Metafísica que “todos los hombres se empeñan por naturaleza en conocer”. Y en ello estamos durante este camino de la vida. Conociendo lo que somos, lo que no somos, la verdad que palpita tras las apariencias. Observamos, desciframos, intuimos, valoramos, entendemos.
La paz de la presencia
La presencia silenciosa es un bálsamo sanador que disuelve la identificación compulsiva con los pensamientos. Si hay presencia plena, hay este instante siendo en ti, en la conciencia. Este instante lo llena todo, la aparición del mundo, momento a momento, sin un hacedor, desde una receptividad clara y nítida, te acoge en un silencio contemplativo de paz profunda. En este silencio no hay esfuerzo por hacer o dejar de hacer, por pensar o no pensar, simplemente eres llenado en la profunda apertura de la presencia. Lo visto, lo escuchado, las sensaciones… son acogidas sin rechazo, espontáneamente, en total apertura. Abrirse a la presencia te ubica en un silencio consciente clarificador. Las sombras que proyecta la mente se disipan y solo queda la luz del ser, de solo ser, en el silencio del corazón.
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